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EL LEÓN CAÍDO

El Abrasacielos se encontraba atracado en Ventormenta. El silencio reinaba en cubierta. Los caballeros de Ventormenta y la Guardia Real gilneana guardaban sus posiciones mientras sus lágrimas caían silentes y un enorme vacío asolaba su pecho. Mucho se había perdido en aquella batalla, cientos de valientes habían perecido en las Costas Abruptas sin que las filas enemigas se hubieran resentido. Y lo que era peor, habían perdido a su líder. A su rey.

Los druidas gilneanos y las sacerdotisas de Ventormenta centraban sus esfuerzos en sanar a los heridos que descansaban en cubierta. Ya habían sufrido suficientes bajas, no podían permitirse perder más.

Cringris se mantenía firme en mitad de cubierta. No había dicho una sola palabra y su mirada parecía perdida en el horizonte, entre dudas y recuerdos, entre impotencia y cólera contenida.

Un soldado decidió acercarse a él. Su presencia rompió la atmósfera en la que se había perdido.

—No he abandonado la cubierta de este barco desde que volvimos —dijo aún con la mirada perdida—. La flota debe estar lista para el combate. No sé cuándo se necesitará nuestra ayuda, pero estaremos listos para cuando llegue ese día.

El viejo lobo suspiró y su mirada perdida volvió a pertenecerle. Súbitamente, confesó aquello que le atormentaba.

—A decir verdad, agradezco la distracción. Los demás están presentando sus respetos a Varian, pero yo… yo no soy capaz de mirar el féretro. Ni a su hijo. —La pena asoló su rostro—. Varian me entregó una carta que le escribió a Anduin. Por favor, llévasela de mi parte.

El rey de Gilneas entregó aquel preciado documento al soldado.

—Tess y la comandante Crowley te escoltarán hasta la fortaleza. Yo tengo que quedarme para supervisar los preparativos —dijo evadiéndose en excusas, incapaz de afrontar la pérdida de su semejante, conteniendo una ira y un odio difíciles de describir. Concentrarse en la lucha era el único modo de combatir aquella violencia que le consumía.

La princesa Tess se acercó al soldado. Una honda preocupación se reflejaba en sus ojos. En voz baja le confesó:

—Ya he visto a mi padre enfadado otras veces, pero nunca así. Está consumido por una enorme sed de venganza.

—Todos los gilneanos sentimos ira, Tess. Tu padre más que nadie —añadió Crowley.

—Desde luego, a veces es difícil concretar dónde termina la ira y dónde comienza el hombre —respondió aludiendo a su condición animal.

El soldado volvió a mirar al monarca en silencio. ¿Quién podía culparle? Cualquiera que hubiese conocido a Varian Wyrnn encabezaría una partida para vengarle si hubiese una mínima posibilidad de victoria.

A continuación, el soldado se encogió de hombros y montó sobre el grifo gilneano que la princesa le ofrecía, rumbo al castillo de la ciudad. Tess y Crowley le imitaron.

El viento soplaba fuerte, acariciando su piel. El soldado escuchó parte de la conversación de sus acompañantes gracias al viento que arrastraba el mensaje.

—Mi padre está con el rey. ¡Los Renegados nunca verán venir nuestras fuerzas! —amenazó Crowley orgullosa. Aquel abandono en las costas no había hecho más que multiplicar el odio que ya sentían frente a los Renegados.

—Me temo que pronto habrá más funerales. —Tess no creía que el ciclo del odio pudiese solventar nada.

—Ése es el precio de la venganza. Gilneas ya ha esperado bastante.

El soldado intentó evadirse. Lo último que pretendía era inmiscuirse en los problemas políticos de más reinos. La fortaleza de la familia Wrynn se dibujó frente a ellos. El grifo comenzó el descenso.

—Ya casi estamos en la fortaleza. Dile al rey Anduin que pensamos en él —dijo Tess mientras su montura continuaba en el aire.

—Rápido Tess. ¡La nave de guerra pronto estará lista para zarpar.

Ambas mujeres desaparecieron de nuevo en el cielo y el soldado prosiguió su camino. En la escalinata que daba la entrada al castillo, podían verse decenas de ciudadanos desperdigados. Habitantes de todas las razas con un rasgo en común: ojos enrojecidos y rostros cansados. El dolor por la muerte de Varian se reflejaba en cada semblante. Aquella pérdida había resultado un duro golpe para la Alianza.

Una corona de flores adornaba la entrada al castillo, símbolo de eternidad, de descanso, de respeto. El suelo de la entrada también se encontraba lleno de ellas.

Varias figuras se hallaban dispuestas alrededor de la tumba del caído. Rostros familiares, personalidades destacadas. Todos se habían congregado allí para mostrar respetos a la familia Wyrnn.

Como no podía ser de otro modo, Jaina se encontraba junto al desolado huérfano. Fue la primera en percatarse de la presencia del soldado mensajero.

—Rey Anduin —dijo dirigiéndose al nuevo monarca, quien había heredado el título prematuramente a causa de la desgracia—, es quien nos ayudó en la Costa Abrupta.

—Por fin buenas noticias en este día de aflicción —dijo intentando emular una sonrisa triste. La mitad de sus filas habían perecido en las costas, cualquier superviviente era una buena noticia.

El soldado se aproximó a la tumba del antiguo regente. Se había esculpido una figura de Varian sobre la lápida, sosteniendo la espada sobre su pecho. Su rostro se mostraba sereno. El féretro había sido esculpido en mármol, adornado con fragmentos de oro y arropado con lino azul y dorado, el símbolo de la Alianza, la razón por la que se había sacrificado.

Un nudo oprimió su garganta, por lo que decidió aproximarse al trono a entregar el mensaje mientras el resto de los líderes seguían presentando sus respetos.

—Su valor nos inspiró a todos, aun muerto. Su espíritu estará con nosotros, siempre. —Velen se llevó la mano al pecho, inclinándose.

—No puedo creer que nos haya dejado de verdad —Muradin Barbabronce seguía conmocionado.

—Murió con honor, protegiendo a su pueblo. Era un auténtico rey —añadió Falstad Martillo Salvaje.

Malfurion Tempestira y Tyrande Susurravientos guardaban silencio y rezaban a la diosa madre. Aysa Canción Etérea, Gelbin Mekkatorque y Moira Thaurissan también presentaron sus condolencias.

Jaina se mantenía alejada del resto, firme a la diestra del trono que ahora ocupaba Anduin. Aquel chiquillo a quien había aleccionado en el pasado había crecido demasiado rápido, debido a las circunstancias. Se compadecía de él.

Todos los presentes le miraron al recibir la carta, esperando que les diera nuevas instrucciones. Anduin sintió el peso de la responsabilidad. Ostentar el liderazgo de la Alianza en un tiempo tan oscuro era demasiado para él. El desánimo se apoderó de él.

—A pesar de que mi padre era un estratega experimentado, su ejército fue masacrado en la Costa Abrupta. ¿Cómo vamos a vencer donde él fracasó?

Tyrande, Malfurion, Velen, Mekkatorque y Barbabronce se acercaron al trono.

—No estás solo en esto, mi rey. Estamos contigo —anunció Velen.

—Y con el regreso de los Illidari disponemos de un arma muy útil. Fuiste muy inteligente al aceptar su entrada en Ventormenta, rey Anduin —felicitó Tyrande.

Los Illidari, una hermandad de guerreros que había permanecido oculta durante años. «Cazadores de demonios» se hacían llamar. Mucho se desconocía sobre aquel grupo de elfos, mas se trataba de guerreros experimentados, especializados en la lucha contra los demonios. Cualquier guerrero era bienvenido para luchar contra la Legión Ardiente.

—¿Ya se te ha olvidado la traición de la Horda? ¡Es hora de hacerles hincar la rodilla como los perros que son! —apuntilló Jaina llena de rencor, cambiando radicalmente de asunto. Al igual que Genn, culpaba a la Horda de la muerte de Varian. En verdad, tras la destrucción de Theramore, Jaina culpaba a la Horda de cualquier desgracia que aconteciera en el mundo.

—Librar dos guerras al mismo tiempo sería algo imprudente —señaló el Profeta. Su naturaleza pacífica le instaba a intentar resolver los problemas con diplomacia y sosiego. Velen tenía más motivos que nadie para guardar rencor a los orcos y a la Legión Ardiente, pues su pueblo había sido masacrado y profanado de la forma más terrible. Sin embargo el sacerdote mantenía la calma, intentando hallar la decisión más sensata—. Por nuestro propio bien, necesitamos unir fuerzas con la Horda.

El nuevo rey suspiró.

—Velen lleva razón. Debemos quedarnos junto a los cazadores de demonios y centrarnos en la Legión. Ahora no es el momento de…

—¡La Horda traicionó a tu padre y dejó que muriéramos! —interrumpió Jaina estallando en cólera—. Combatir junto a esos cobardes sería una deshonra para todo por lo que luchó.

Jaina intentó manipular al joven Anduin utilizando la memoria de su padre. Velen negó con la cabeza.

—Mi pueblo ya conoce el precio de luchar contra los demonios en un mundo dividido. Es hora de unir nuestras fuerzas y defender nuestras tierras.

—Estoy de acuerdo —declaró Anduin—. Lo siento, Jaina, pero la venganza tendrá que esperar. Imagino que movilizarás al Kirin Tor como dijimos, ¿verdad? —preguntó temeroso de que la maga hubiese cambiado de opinión tras este enfrentamiento.

La respuesta de Jaina fue tajante.

—Dalaran protegerá a los Reinos del Este, ¡pero NO permitiré que la Horda ponga un pie en mi ciudad!

—No debemos dividirnos así… Ahora no. ¡Por favor, Jaina!

La maga no respondió. En su lugar conjuró un hechizo de teletransportación y abandonó la estancia. Anduin quedó abatido. Había perdido a su consejera, su amiga, su faro en aquel mar de dudas. Lejos había quedado la Jaina diplomática, la maga que le había instruido desde pequeño, que le había enseñado que la ira y el rencor jamás debían dirigir las decisiones de un monarca. No, aquella Jaina ya no existía, desapareció bajo los escombros de la ciudad de Theramore el día que Garrosh comandó aquella masacre.

—La muerte de mi padre… el desastre de la Costa Abrupta… Jaina con su sed de venganza… Todo se desmorona —promulgó con pesar. Se sentía solo, sin rumbo, a la deriva, al frente de un barco que no sabía navegar.

El resto de los congregados guardaron silencio ante aquella desalentadora realidad.

El rey Anduin se concentró entonces en la carta escrita por su padre. Las lágrimas anegaron sus ojos al perderse entre sus líneas. Al terminar de leer, agradeció al soldado su entrega.

—Gracias por traérmela. No te imaginas lo que significa para mí… —confesó tratándolo como a un igual—. Ojalá Cringris se hubiese sentido con fuerzas para dármela él, pero sólo busca venganza —suspiró—. No le culpo… ni a Jaina, pero debemos encontrar una solución mejor.

Mientras, los elfos expresaban sus preocupaciones en voz alta.

—Tener a los Illidari con nosotros me intranquiliza —declaró Malfurion—. Llevan encerrados desde que mi hermano sucumbió.

—Lo entiendo, esposo mío. Pero para que Maiev los libere, la situación debe de ser aún más desesperada de lo que sabemos.

Muchas cosas habían ocurrido durante los últimos días. Maiev, las Celadoras, Illidan El Traidor y su, hasta ahora desconocida, facción de cazadores de demonios; todos habían entrado en escena tras mucho tiempo en las sombras. Demasiadas incógnitas en el aire, demasiada incertidumbre. El destino de Azeroth pendía de un hilo y sus protectores temían que cada paso se moviera entre arenas movedizas.

‹‹Somos lo único que se interpone entre la Legión y el exterminio››, era el lema que repetían los Illidari cuando alguien dudaba de sus intenciones.

Uno de ellos atravesó el corredor principal hasta llegar al trono del rey de Ventormenta. Su rostro denotaba preocupación.

—Traigo noticias urgentes, mi rey. ¡El peligro acecha! —anunció Jace Tejeoscuro sin apenas aliento.

—Escucharé lo que este cazador de demonios tenga que decir. —El rey Wrynn atendió su petición.

El cazador de demonios inspeccionó su alrededor. Algo andaba mal.

—No dejéis que os traicionen vuestros ojos, mortales. ¡La Legión ya se encuentra entre nosotros!

Todos los presentes le miraron con extrañeza e incredulidad. ¿La Legión en Ventormenta? Imposible, no había indicios de reyerta. Jace vio la duda en el rostro del monarca y entonces se aproximó a uno de los guardias reales.

—¿Creías que no me daría cuenta de lo que eres realmente, demonio? —dijo preparando sus gujas.

El soldado se carcajeó.

—Demasiado tarde, Illidari. ¡Hoja mácula, atacad!

El cuerpo del guardia se envolvió en una nube de polvo hasta transformarse en una criatura demoníaca. Uno a uno, todos los guardias apostados en las esquinas se transformaron también. Las defensas del castillo habían sido vulneradas.

—Se abren portales. ¡Aquí vienen! —advirtió Tejeoscuro.

—¡Demonios en la sala del trono! ¡Hay que proteger al rey! —ordenó Malfurion mientras adoptaba posición de combate.

—¡Destruid los portales! ¡Echad a la Legión!

Ventormenta era el emblema de la Alianza, si caía todo se perdería. Los líderes se concentraron en torno al rey y el resto fieles a la corona se dispersaron para acabar con la amenaza.

Afortunadamente, tras una lucha no demasiado cruenta, la amenaza fue contenida. El aviso había llegado antes de que los demonios consiguiesen infiltrasen lo suficiente.

Anduin reflexionó sobre aquel acontecimiento. La batalla no se encontraba únicamente en las lejanas Islas Abruptas, la Legión avanzaba como una enfermedad, infiltrándose en todos los rincones de Azeroth para conquistar el mundo.

La Alianza se enfrentaba a un terrible enemigo. Todos se miraron llenos de preocupación.

La batalla contra la Legión Ardiente no había hecho más que comenzar.